miércoles, 5 de enero de 2011

La historia de "Plateros" a través del tiempo.

Desde tiempos del virreinato la calle de San Francisco y Plateros se mostraba soberbia en su trazo que corría desde San Juan de Letrán (hoy Eje Central) hasta la Plaza Mayor. El primer tramo de la célebre calle debía su nombre a uno de los conventos más impresionantes de toda la América hispana: San Francisco el Grande. El tramo de Plateros albergaba a los joyeros más importantes de la Nueva España cuyas piezas en oro y plata –de ahí la denominación- eran verdaderas obras de arte.
Durante siglos, la calle de San Francisco y Plateros fue el principal acceso al Zócalo. Desde sus edificios –mudos testigos de la historia-, la gente presenció el desfile del Ejército Trigarante de Iturbide en 1821; observaron a don Antonio López de Santa Anna en alguno de sus regresos a la presidencia; lloraron cuando las tropas estadounidenses tomaron la capital el 14 de septiembre de 1847, ovacionaron a don Benito Juárez luego del triunfo contra el imperio en 1867, aplaudieron la solemnidad de don Porfirio y su corte durante la celebración del día de la Independencia o se conmovieron con la apoteótica entrada de Francisco Ignacio Madero vitoreado por más de cien mil personas en 1911.



                                                                       Edificios y monumentos. Vista de la calle de Madero desde el zócalo, ca. 1920


Era una calle por demás importante en construcciones. Iniciaba en San Juan de Letrán con el jardín Guardiola y la Casa de los Azulejos, lugar donde se estableció el famoso Jockey Club –centro de diversión de la clase alta porfirista-; un poco más adelante y con dirección hacia el zócalo aparecían el templo de San Francisco y el monumental Palacio de Iturbide. Otra iglesia famosa hacía sonar sus campanas en esa calle era sin duda La Profesa. A unos metros de la plaza mayor, decenas de joyerías se mostraban al curioso. Con la revolución mexicana, la calle adquirió un nuevo nombre.



Pancho Villa colocando la placa avenida Fco. I. Madero, 1914

En diciembre de 1914, el Centauro del Norte –Pancho Villa- tomó posesión de la famosa calle y decidió cambiarle el sentido religioso de su nombre para otorgarle una connotación cívica. Con pistola en mano pidió una escalera, subido en ella retiró de su lugar la placa que bautizaba a la calle como San Francisco, y la rebautizó con el nombre de un personaje que a sus ojos alcanzaba también la santidad: Francisco Ignacio Madero. Para asegurarse que nadie intentaría cambiar su nueva denominación, Villa lanzó una amenaza al mundo y a la eternidad: juró acabar aquel que atreviera a retirar el nombre de “su” santo laico. A casi noventa años aún se lee en sus esquinas: “Madero” y la santidad se extiende al inicio de la calle, donde se levanta todavía majestuoso, el templo de San Francisco. Ambos vencieron al tiempo.

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